viernes, 13 de octubre de 2017

Simulacro

La clef des champs, René Magritte, 
1936. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nos asomamos al espectáculo del mundo como a una ventana. Es en el intercambio con la realidad de afuera como construimos nuestra subjetividad.
Magritte, cuándo no, pone en cuestión esa verdad evidente. Pinta la ventana. Pinta el mundo afuera de la ventana. Pero la ventana está rota. Y en los pedazos de vidrio quedan pegados fragmentos del paisaje que creíamos ver.
¿Cómo? ¿No era que la ventana mostraba verdaderamente el mundo? ¿O lo enmascaraba detrás de esos signos que ahora yacen rotos, in-significantes?
Cuidado: los vidrios han caído hacia adentro. La ventana está rota desde afuera. ¿No será que nos han robado la realidad? Miren a su lado, revisen los bolsillos. Alguien nos ha robado la realidad sin que nos diéramos cuenta.
Es lo que dice Jean Baudrillard, que no por nada leyó el microcuento Del rigor de la ciencia. Allí Borges narra que los Cartógrafos construyeron un Mapa del Imperio que era exactamente del tamaño del Imperio. Coincidía río a río, montaña a montaña, palacio a palacio. El Mapa entonces podía sustituir tranquilamente la realidad del Imperio. La ilusión del mapa se hacía realidad. Era el robo de la realidad. El crimen perfecto.
Vivimos en la hiperrealidad, dice Baudrillard. Las imágenes (las imágenes de las mil y una pantallas que abrimos a cada instante) han terminado por generar una realidad virtual que no es la realidad real, si acaso eso todavía existe.
No tenemos una experiencia de la realidad sino a través de Otro (las pantallas). En el museo, sin que nos vea el guardián, tocamos a hurtadillas el Discóbolo. Nos parece carne de mármol que late. Ese mármol desnudo es, para nosotros, el summum de lo griego. Pero el Discóbolo era de bronce, como la mayoría de las esculturas griegas. La de mármol es apenas una copia romana.
Una copia. El Mapa del Imperio. El paisaje a través de la ventana. Un simulacro.