Imagen del video grabado por un
asesino,
Virginia, Estados Unidos, agosto 2015
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He aquí la imagen de un cuerpo en un instante, una milésima
de segundo. El cuerpo todavía no sabe que será alcanzado por el proyectil. La
mano sí lo sabe. Dispara. El proyectil todavía gira sobre sí mismo en el aire. Como
en un videojuego.
La mirada del videojuego es una mira-da, es decir, una mira.
Hay aquí una coincidencia escalofriante entre la mirada y la mira. La fantasía
virtual coincide con la realidad. La peor de las pesadillas.
En el videojuego la muerte es simbólica, lúdica. Otorga un
puntaje en la medida que alcanza su blanco. El videojuego adiestra para matar. Entrena
los reflejos predadores. En el videojuego se mata sin culpa.
La lógica de este video asesino es ésa: la de una mirada,
una mira, que busca su presa. Cuando la encuentra, dispara. Sin culpa.
No es lo peor. El asesino se va y se suicida, con la misma
pistola. Pero, antes, sube las imágenes a las redes sociales. Quiere repetir la
muerte hasta el triste infinito del ciberespacio. Es la repetitividad del mito
que el asesino quiere para sí.
Horas después, las redes sociales desactivaron sus cuentas para
evitar que las imágenes se viralizaran. El asesino no tendrá su mito
informático. Pero en las consolas de videojuegos del mundo se seguirá
disparando a mansalva.