Satan semant l'ivraie, Félicien Rops, 1882 |
La cara ni siquiera es una calavera. Apenas un rictus bajo el sombrero alón.
En el vientre, entre los pliegues de la camisa labriega, lleva semillas como hombres. Semillas hombres que va sembrando sobre la ciudad dormida.
Todo será confusión en París. Porque los Hijos del Mal (el espectro es Satanás) se mezclarán con los Hijos del Reino. Y nadie los reconocerá porque parecen iguales (Mateo 13:24-30). Es la parábola del trigo y la cizaña.
La cizaña es considerada una maleza del trigo. La palabra maleza proviene del latín malitĭa, pariente de la idea de maldad. Nombrar una planta como maleza es una operación simbólica que consiste en separarla de las plantas “buenas”. Es lo que hacemos cuando apartamos los “yuyos” del jardín. Consideramos a los yuyos como “malas hierbas” porque nos molestan, porque desordenan el orden de nuestros canteros. Y los arrancamos, aunque formen una pradera de menta.
Lo mismo hacemos con la cizaña, a la que consideramos mala per se. Es injusto. La cizaña suele ser parasitada por un hongo producido por una toxina que se prende al grano. De allí que, en ese caso, su harina resulte tóxica. Pero no es la cizaña, sino el hongo.
Lo malo, lo oscuro, lo impuro (ese otro modo de nombrar a Satanás) no son las espigas de la cizaña, sino el hongo que las intoxica.
Es cierto, no resulta fácil separar el trigo de la cizaña. Es parecidísima al trigo. También es cierto que la cizaña envenenada es difícil de distinguir de la cizaña sana, a la que de todos modos seguimos llamando maleza.
Pero es necesario ser buenos jardineros. No vaya a ser que exterminemos a las semillas hombres sólo porque se parecen en el color, en el habla, en la etnia cuando lo que tenemos que hacer es arrancar los hongos. No vaya a ser que impongamos el orden cruel de los canteros.
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Con el trigo y la cizaña pasa lo mismo que con los cuerpos. Son esencialmente iguales, pero hay quien los percibe como legítimos o alienados (y aun abyectos), según se plieguen o se aparten de un orden social.