miércoles, 4 de julio de 2018

El atorrante

La belleza no tiene otro origen que la herida, singular, diferente en cada uno, escondida o visible, que todo hombre guarda en sí…
Jean Genet
La levita rasgada en quién sabe cuántas luchas nocturnas a brazo partido. El pantalón con un desgarro cerca de las vergüenzas. Las solapas raídas. Los ojales inútiles, no tienen nada que abrochar.
Los pies, descalzos. La planta endurecida de tanto pisar el día y la noche. Y costras de una mugre antigua.
La manta que cuelga también tiene agujeros, como todo en su vida.
Vaya uno a saber qué hay en ese cajón donde guarda, digamos, lo que es suyo. Dice "Porto". La madera lleva grabado a fuego el escudo de Portugal. ¿Oporto del bueno? En todo caso, ya ni siquiera es recuerdo.
Como fuere, no son los desgarros, ni los agujeros, ni el deterioro los que llaman la atención.
Lo que llama la atención es la belleza. El atorrante (así catalogaron esta foto de 1890) es bellísimo. La nariz recta. La barba blanca. Los ojos claros mirándonos. Interpelándonos para que demos explicaciones.