lunes, 24 de marzo de 2025

La Fuente de la Doncella


Los que leyeron “Mujeres de mármol. La novela de Lola Mora” de Ricardo Lesser (Editorial Biblos, 2025) se sorprendieron de que, en 1918, la magnífica Fuente de las Nereidas fuera desterrada de Paseo Colón hacia la lejana Costanera, donde se encuentra ahora, sencillamente porque sus desnudos ofendían el pudor de algunas almas puras.

No era la primera vez que ocurría.

En 1971, en plena “revolución argentina”, arrumbaron en un depósito municipal a la Fuente de la Doncella, del catalán José Limona Brughera, emplazada en el Parque Rivadavia.

Era una muchacha desnuda que se inclinaba “pornográficamente” hacia la fuente. Horror. Sobre todo porque la escultura se “interponía entre la madre celestial y la madre terrenal”. No somos nosotros quienes lo dicen, sino el padre Fernando Carballo, párroco de la iglesia vecina, quien inició el reclamo.

La “obscena” obra perturbaba a un cercano santuario de la virgen de Luján (la "madre celestial") y una escultura llamada “La Madre” (la "madre terrenal"), que representaba a una matrona con sus niños. La perfecta figuración del maternalismo, una especie de protofeminismo de derecha de la que también se habla en Mujeres de mármol. La novela de Lola Mora

El desnudo cuerpo de mujer, al parecer, contaminaba la escena.

Fue necesario que alguien hiciera memoria para que, recién a fines de 2009, la muchacha de mármol volviera al Parque Rivadavia.

domingo, 9 de febrero de 2025

Había que ser macho


Terribles mostachos. Lengue al cuello. Los pantalones bien puestos. En la foto no hay una sola mujer.

Los delantales los delatan: son puesteros del ¿Mercado Modelo, el antecedente del Abasto? Puede ser, En todo caso, se ve que están acostumbrados a cargar sobre el lomo medias reses, bolsas de papas negras, barras de hielo. Son cuerpos duros.

Ahí se los ve. Abrazan la cintura del compañero, se toman las manos callosas. Bailan el tango sin prejuicios.


Cuentan que los varones aprendieron a danzar entre ellos mientras esperaban turno en burdeles como El Farol Colorado. Cadícamo, que lo conoció, decía que al entrar había que dejar el talero y el revólver en el guardarropa.


Lo cierto es que siempre había una viola y un fuelle que tocaban tangos sin partitura.

El cuerpo, que ya tenía sus otras exigencias, pedía acompañar los acordes melodiosos. Si no había minas, buenos eran los que hacían fila, hombres hechos y derechos.


Con el tiempo, el tango pasó de las orillas a los salones. .Se adecentó.

Las señoras sentadas alrededor de la pista no hubieran tolerado que tocaran a la nena. Por las dudas, el tío aclaraba que no consentiría ni cortes, ni quebradas.   


La coreografía tanguera, cuya esencia es el abrazo, se normalizó. Se sujetó a las normas de la moral burguesa. El sexo se hizo tangueramente binario. El varón conduce, la mujer se deja conducir.


Nada de tango entre machos.