Quién sabe de dónde viene esta
imagen, que flotaba sin nombre en el océano digital. No importa, lo que vale es
lo que dice.
Dice árboles que se rehúsan. Manzanas
rojas, higos de leche dulce, granadas con vientre de carne morada. Las ramas
bajas son, sin embargo, demasiado altas. Se ofrecen pero se rehúsan.
El hombre se estira como la cuerda
de un arco que todavía no se rompe. Se empina, tiende las manos desesperadas.
No hay caso. Los frutos se dejan apartar por el viento, que es su modo de rehusarse.
Es, qué duda cabe, la imagen del
deseo. El deseo que se instala incómodo entre el cuerpo que quiere y los frutos
que no. El deseo que es viento. El viento, que es lo único que toca simultáneamente
el cuerpo y los frutos.
Después venimos a saber que es Tántalo,
que se animó a romper la ley de su padre Zeus. Comió el néctar y la ambrosía inmortales
en la mesa de los dioses. Mató a su hijo, coció sus dulces pedazos y los sirvió
en un banquete horrible.
Tántalo quebró lo que no se podía
quebrar, la interdicción de la carne. De modo que fue condenado a sufrir sed y
hambre perpetuas. Como el deseo que, para ser, se rehúsa.