viernes, 5 de mayo de 2017

La pose


Vendedor de pescado, Christiano Junior, Buenos Aires, 1875
Hace rato que espera, inmóvil, que Junior dispare el flash de magnesio. Le duele el hombro por la vara. Está acostumbrado a ese peso, pero ahora es conciente de él bajo la mirada de la lente que lo escruta impiadosamente.
Junior le dijo que no se moviera. Y él no se mueve, pero le tiemblan los músculos del hombro dolorido.
La tensión se le nota en los pies, en la punta levantada de los zapatos precarios. Los pantalones de lona llevan en las rodillas la memoria de tanto caminar por las calles voceando los sábalos del río, las perdices del monte.
La chaqueta corta tiene unos cuantos inviernos. Lo mismo que el chaleco y el chambergo. ¿Será italiano el hombre? ¿Será acaso un soldado de Garibaldi olvidado en estas orillas?
El ojo de la cámara lo cohíbe. Tal vez piensa, el hombre, que la imagen lo hará eterno. En algún sentido, tiene razón: su cuerpo virtual ha trascendido el tiempo. Aunque su cuerpo de tendones y carnes fatigadas haya desaparecido ya en quién sabe qué cementerios.
No importa. Lo que importa es que el hombre posa. Da (nunca una palabra mejor usada; da, entrega, ofrece) la mejor imagen de sí mismo que puede. Se esfuerza indeciblemente en sostener la vara sobre el hombro, los pies inmóviles en un ángulo preciso. Esa inmovilidad del cuerpo nada tiene que ver con la cotidianeidad del cuerpo. Es un estar quieto afectado, difícil, aun doloroso. Pero el hombre aspira a la trascendencia, eso le prometió Christiano Junior.

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