domingo, 21 de octubre de 2018

Naufragio

                             Burning ship, Joseph Mallord William Turner, circa 1830. Tate Britain, London
                                        Acuarela exhibida actualmente en el Museo de Bellas Artes, Buenos Aires


El fuego estalla. Ilumina la bocanada de humo. O de bruma. Pinceladas blancas. Como chispas enormes.
Después las olas. Olas en furia. Olas que espuman los bordes de lo negro. Lo negro flota dificultosamente, trastabilla. 
No hay mucho más. Fuego, agua, luz. ¿Y el hombre dónde está? 
El hombre está en el fuego. ¿No es, acaso, el ladrón del fuego? 
El fuego está en esa negra forma sin forma: un barco. Una nave que también pecó. Se impulsa (se impulsaba) por el vapor, no por el viento que es lo que la Naturaleza le dio al hombre. 
De modo que ahí está el hombre. Sucumbiendo al fuego y al mar. 
El hombre es un pelele derrotado una y otra vez por el cielo y el mar. Es lo que piensa Joseph Mallord William Turner (1751/1851). Sus acuarelas son estudios de cómo se mueven esas fuerzas.  Su proyecto es representar la Naturaleza, ante la cual el hombre es casi un monigote. 
Por eso todo es luz. Una luz en movimiento perpetuo. Pero, entonces, la luz cambia. Se hace luminiscencias, destellos, fulgores, incandescencias. También desaparición. 
Aun la poderosa, la eterna, Naturaleza es inestable.

miércoles, 3 de octubre de 2018

La niña del ojo

Dime, espejito, Ricardo Lesser,
Viñas del Mar, Chile, 1999

La ciudad derramada sobre la ladera no importa. Sólo importa el ojo. El ojo reflejado en el espejo. El ojo que, entonces, nos mira. 
El espejo es una luna. Se limita a devolver la luz que refleja. 
El espejo es también un traidor. Nos dice que la imagen es cierta. Pero no lo es. Es exactamente (eso sí, no se le puede reprochar inexactitud) el revés de lo que refleja.
Dicen los que saben que el espejo es el significante de lo femenino. El mundo, la luz del mundo, entra al ojo en busca de su imagen. Lo hace por el centro del iris, la pupila. Esa palabra viene del latín pupilla, esto es, niña.
Pues bien, la pupila es también un espejo. Los griegos antiguos decían que, si alguien mira de cerca un ojo, ve en él su rostro como en un espejo. Así, sucede que kore (la pupila, la niña) es la imagen minúscula del que se mira en ella. 
Si uno mira la pupila del ojo de la mujer que ama verá allí su propia imagen. Pero esa imagen no es uno, sino su doble diminuto, su fantasma. Ese fantasma tiene una verdad amorosa, algo así como el alma. Parafraseando a Walt Whitman, el cuerpo que se agita dentro del cuerpo.