Las meninas (o La familia de Felipe IV), Diego Velázquez, 1656, Museo del Prado, Madrid |
Es un formidable artefacto de miradas. A primera vista, se diría que casi todos los personajes nos miran. La infanta Margarita parece el centro de la composición. De pronto, uno advierte que atrás, en el fondo, aparecen Felipe IV y Mariana de Austria reflejados en un espejo. ¿No será que el pintor está retratando a los reyes? ¿No será entonces que nadie nos está mirando sino que están mirando a los reyes? ¿No será que lo central del retrato son los monarcas presentes como reflejos pero ausentes del cuadro, puesto que están fuera de la sala? ¿No será que el retrato es la mirada absoluta del rey y la reina? Engaño de ficción y realidad, presencia y ausencia.
Lo que es innegable es que el cuerpo de Diego Velázquez (1599/1657) está allí. No en su propia imagen, a la izquierda, la paleta modesta de colores en la mano. Sino en la materia misma del cuadro. En el óleo que atesora sus pinceladas largas, sueltas, exactas. En los trazos oleosos que retienen ese pulso, ese latido. Velázquez está en la memoria matérica de Las meninas.
Walter Benjamin llama a esto el aura. El aquí y ahora de la producción del cuadro. Eso que lo hace único.