Noli me tangere, Correggio, circa 1515 Museo del Prado, Madrid |
Es el alba de la resurrección, allí al fondo. Los pies de Cristo están extrañamente cruzados, uno delante de otro. También el cuerpo tiene ese no sé qué de desequilibrio. Como leve. Magdalena, no. Magdalena está abatida en tierra, la bella cabeza en escorzo. Pero son las manos las que dicen el desencuentro.
Sabemos que Cristo advierte: No me toques (San Juan, 20:17). Podría no haberlo dicho. La frase está en la mano derecha (uno diría “la dulce mano derecha”) que detiene a la mujer. La mano de Magdalena, que está en la diagonal de Cristo, reprime entonces el tocar.
Ésta es la clave del desencuentro figurado por Antonio Allegri da Correggio (1489-1534).
Cristo ha resucitado. Pero la resurrección no es un retorno a la vida. Es un modo de estar ante la muerte. Ya no es semejante a sí mismo, por eso Magdalena no lo reconoce hasta que la llama. Es otro, un desaparecido que aparece en su muerte.
Magdalena, en cambio, vive. Ella es la que más ostensiblemente tocó el cuerpo de Cristo, la que ungió con aceite sus pies y los secó con su cabellera. Ahora se le dice que no lo toque. Comprende entonces que su deseo de tocar es el de tocar el cuerpo recuperado de la resurrección. Pero ya vimos que el cuerpo resucitado de Cristo no es el mismo. Es una presencia que es una ausencia, y no se toca lo que es sagrado.
Como dice Jean-Luc Nancy, el cuerpo carnal de María de Magdala es el que revela el cuerpo glorioso.