Terminator, James Cameron, 1984 |
El ojo derecho no es más que la prueba de que ese ojo rojo es el verdadero. La piel rota muestra la vulnerabilidad de la piel humana. Debajo, se ve la estructura de adamantio, casi indestructible.
Terminator es un simulacro. Pero esa simulación es también una utopía necesaria. Porque el cuerpo humano es obsoleto. No puede contener, no digamos procesar, sino una parte de la compleja información que se produce en el mundo segundo a segundo. No tiene la precisión de un reloj barato de cuarzo. Sin agua, puede sobrevivir unos pocos días. Sin oxígeno, apenas minutos. Y muere, aunque tenga agua y oxígeno. Antes de morir, que no es lo peor, envejece. ¿Cómo no desear, entonces, un cuerpo adamantino, eterno, todopoderoso? Estos son los cyborgs (acrónimo de cybernetic organism), criaturas híbridas de máquina y organismo. Y decimos “organismo” y no “cuerpo” porque, alguna vez, no habrá diferencia alguna entre los dispositivos cibernéticos y los elementos orgánicos. Entonces, cuando digamos “cuerpo” diremos ese nuevo cuerpo, el cyborg.
Sólo falta que la conciencia sea transferida a una computadora. Ésta es la utopía, éste es el proyecto. Alguien, en algún lugar, tal vez ahora mismo, está trabajando en ese proyecto. Claro que empezó hace muchos años, sin que nos diéramos cuenta. ¿Acaso no tenemos marcapasos, implantes dentarios, miembros ortopédicos, anteojos de présbite?