La persistencia de la memoria, Salvador Dalí, 1931.
Museum of Modern Art, Nueva
York
|
Los relojes se derriten como un camembert al sol. Pierden
lentamente sus formas. Las esferas no son ya esferas. De modo que las agujas no
pueden girar obedientes los 360° que necesitan para dar cuenta del paso de las
horas y de los minutos. No hay tic tac entonces, sino el ruido sordo de un
reloj que se derrite.
Salvo uno. Está dado vuelta, se ve sólo la tapa de metal. Sobre
ella bullen las hormigas, que son la muerte*. Así, sólo no se derrite el reloj final
de la muerte.
Los relojes son importantes porque el cuerpo vive sobre los
cables del tiempo que los relojes dicen medir.
Hay un reloj biológico; el ritmo de las necesidades, la
métrica circadiana de la vigilia y de la noche, el decrescendo de la vida. No
se trata de eso. Se trata, más bien, del tiempo en que vivimos.
El tiempo del siglo XXI es, más que blando, líquido. Los
relojes no tienen peso, son números fosforescentes en la computadora, en el
plasma, en el celular, que pasan y pasan. Todo pasa, constantemente. El cuerpo
se tensa, se estira, se esfuerza por alcanzar el tiempo de las cosas como si
las cosas tuvieran tiempo. En todo caso, el cuerpo se aliena en el tiempo del
afuera.
Orhan Pamuk cuenta que en los setenta, en los ochenta en las
casas todavía había relojes de péndulo. Dependían de alguien de la familia, que
subía las pesas para que el péndulo oscilase. A veces lo hacía, a veces lo
olvidaba. Entonces alguien se daba cuenta de la campanada ausente y los hacía
andar.
Nadie los miraba para saber la hora, puesto que estaba más a
mano en el televisor o en la radio. Sin embargo, el reloj de péndulo indicaba
que esa casa era un hogar. No servía para
recordarnos el tiempo, o sea, para que pensáramos de vez en cuando que las
cosas cambian –escribe Pamuk-, sino
para todo lo contrario, para hacernos sentir y creer que nada cambiaba. Nos
hacían olvidar del tiempo, dice.
Los viejos relojes de péndulo no son los relojes blandos del
siglo XX, ni los relojes líquidos del siglo XXI. Son los relojes de la
intimidad, antes que el tiempo premioso del afuera arrasara con el tiempo de
adentro.
* En 1929, Dalí colaboró con
Luis Buñuel en el guión de El perro
andaluz. La palma de la mano en la que negrean las hormigas representa un
sueño del catalán. Esa pesadilla está hecha de la imagen terrible del
murciélago que de niño había guardado en un frasco y que estaba siendo devorado
por las hormigas.