Publicidad de artefactos sanitarios,
revista Plus Ultra, Buenos Aires, 1920
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El
peinado à la garçonne, con el pelo
rizado pegado al cráneo, le da un aire ligeramente andrógino. La
androginia es, en verdad, el signo de emancipación sexual de esta época. No es casual que el espejo muestre la nuca, la nuca desnuda.
El
cuerpo se ha estirado, las piernas son larguísimas. La desnudez de los hombros
llega hasta los bordes del abismo. Así es el ideal de belleza femenina en los Años Locos, al menos en Europa.
Pocos
años antes, el sociólogo Max Weber había definido algunos ideal typen (tipos ideales) propios de la modernidad. Faltándole un
poco el respeto, diríamos que aquí hay dos ideal
typen: esta mujer embriagadoramente ambigua… y el cuarto de baño, que
expresa también una imagen del cuerpo propia del imaginario de aquel entonces.
No
hacía tanto las señoras se bañaban en tinas de latón, cuando no con modestas
palanganas, en el propio dormitorio. Después vino el lavamanos y la
bañera escondidos detrás de un biombo, por aquello del recato.
Recién
a principios del siglo XX, cuando el agua llega desde ruidosas cañerías, las
damas disponen de una habitación especial: el “cuarto de baño”. Las tiendas
promovían lavabos y bañeras como los que se ven en la publicidad de Standard Sanitory. (También vendían water-closed,
que no aparecen en el aviso seguramente por pudor).
El
“cuarto de baño”, pues, era el lugar del cuerpo privado, el espacio de la
intimidad. Ahí eran posibles las fantasías más imprudentes. En público, al
menos en el Buenos Aires remoto, era otra cosa.
No muchas
porteñas de los años 20, más pacatas que las europeas, se animaban a salir a la
calle longilíneas, atrevidas, un poquitín equívocas. Por ahora, ese baño de las
revistas no era más que un sitio soñado donde quitarse los corsés de las viejas
formas.