miércoles, 12 de septiembre de 2012

La mala

Salomé, Gustav Klimt, 1909, 
Galleria Internazionale 
d’Arte Moderna, Venecia

La mirada, de ajenjo. El lunar, de pacotilla. El vestido, de pavo real. Los pechos desnudos, pero no importa. Y las manos, esas sí; las manos, garras. La izquierda se enreda en la cabellera muerta de Juan el Bautista, el profeta de tres religiones. Es Salomé, el mal hecho cuerpo mítico.
Gustave Klimt (1862/1918) pinta su Salomé (a quien, dicho sea de paso, identifica con Judith, otra embaucadora bíblica) cuando Europa estaba obsesionada por la femme-fatale. No otra cosa es ese colorete exagerado y esa mirada alucinada de absenta, el licor maldito. Es la fascinación y el horror a la sexualidad femenina recién descubierta.
Es curioso: ni Mateo (Mat 14:1-12), ni Marcos (Mar 6:14-29) nombran a Salomé. La menta Flavio Josefo recién a fin del siglo I. Salomé (que deriva de salám, “paz” en árabe), era un nombre frecuente en los inicios de la cristiandad. Dicen que la partera de Cristo también se llamó así.
Salomé le debe la memoria en los hombres al hecho de que encarnó a Ishtar, la diosa babilónica, la prostituta sagrada de los dioses. Cobraba sus favores cruelmente. Has amado el corcel, orgulloso en la batalla, y le has destinado el cabestro, el aguijón y el látigo. Sin embargo, amó profundamente a Tammuz, su hermano y esposo. Cuando murió, Ishtar descendió al abajo de la muerte y en cada una de sus siete puertas se quitó un velo.
Es la Salomé de los velos la que escribe Oscar Wilde en 1891 y la que inspira a Klimt. No es para menos, la princesa habla con la lengua del Cantar de los Cantares. Desea el cuerpo de Jokannan (derivación fonética del hebreo Jojahan), blanco como la nieve que yace en las montañas de Judea. Desea sus cabellos, racimos de uvas negras. Desea su boca, una granada cortada con un cuchillo de marfil.
Tres veces Salomé se ofrece, tres veces el Bautista la rechaza. Besaré tu boca, Jokannan. Está dispuesta a los siete velos, a la lascivia de Herodes, a la bandeja de plata con la cabeza destroncada.
Salomé devora el objeto de su deseo. Es un goce fatal, un goce de hiel. Después de la muerte, logra su propósito. 
Besé tu boca, Jokanaan, besé tu boca. Había un sabor amargo en tus labios. Era el sabor de la sangre.