Der Wanderer über dem Nebelmeer (El caminante
sobre el
mar de nubes), Caspar David Friedrich, 1818.
Kunsthalle, Hamburgo,
Alemania
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Caspar David Friedrich (1774/1840) es uno de los primeros románticos; cree en el hombre imponente y la emoción como el modo más atinado para expresarlo. No es éste el único de sus cuadros donde el cuerpo se impone al paisaje. Hay otras inmensidades y otros hombres: la orilla lejanísima del mar (1808/1810), los acantilados blancos (1818), un mar de hielo (1823/1824).
Hay quien dice que el caminante representa la corporalidad (el cuerpo del promontorio) que tiende a la inmaterialidad divina (las nubes). Puede ser. Lo innegable es que en esta imagen hay un relato, una búsqueda de causas finales, una teleología segura de sí misma, confiada.
Ese relato ha desaparecido en la posmodernidad. No hay más que mirar esta fotografía de Martin Stranka (Most, Chescolovaquia, 1984) que, no por acaso, se llama But it would (“Pero sería”), un título incompleto compuesto de un condicional innominado (would, “sería”) y una oposición (but, “pero”) que lo niega. No hay un sentido preciso en la imagen de este hombrecito, este cuerpecito sin color, empequeñecido, iluminado desde arriba quién sabe por quién. Es necesario completar el sentido puesto que el sentido de los grandes relatos se ha perdido.