miércoles, 15 de agosto de 2012

La vieja dama indigna

Mundo, demonio y carne, Juan Manuel Blanes, 1886. Museo 
Nacional de Bellas Artes Juan Manuel Blanes, Montevideo

“…acostada, en toda su opulencia carnal, pleno el bello cuerpo desnudo, con sus lomas y sus oquedades y sus curvas nacaradas, en escorzo sobre la damasquina superficie que reposaba sobre un sofá, al aire torso y senos, suavemente entrecruzados los pies, una mano en alto, la otra sobre el rostro, junto al fulgor de una cortina oscura y el relampagueante fondo azul, estaba, rodeada de sedas y colores, como el ojo del huracán...”
Un mal día, Nicanor descubre a su esposa y a su propio padre en un revoltijo de sábanas blancas y sedas verdes. Otro día no menos desacertado entra al estudio de su padre y ve en una gran tela las mismas sábanas blancas, las mismas sedas verdes. Y a Carlota, su mujer, bellamente desnuda, con sus lomas y oquedades.
Entonces Nicanor describe horrorizado Mundo, demonio y carne, ese cuadro de su padre, Juan Manuel Blanes (1830/1901). En realidad, quien lo hace es la novelista María Esther de Miguel, que relata este trío trágico en “El general, el pintor y la dama”. (La biografía real de Carlota Ferreira en www.historiasconlupa.blogspot.com). 
Hay quien cree que esta pintura representa un súcubo, ese demonio que toma la forma de una mujer para quitar gota a gota la vitalidad de los monjes y los hombres buenos. Es curioso, la palabra súcubo deriva del prefijo sub, “debajo”, y del verbo cubare, “yacer”. De modo que “yacer debajo”. Y ésta es la amenaza: el demonio-mujer quiere que el varón yazga debajo, ella pecaminosamente arriba. Como Lilith, la primera mujer creada por Dios, que quería yacer arriba y que, desairada, pronunció el nombre impronunciable de Yahveh y abandonó el jardín del Edén para siempre.
Bien mirada, Carlota está lejos de ser una Lilith. Es sólo una de las tantas señoras demonizadas en el imaginario social de fin del siglo XIX. En este desnudo de decúbito lateral no hay gran qué. No muestra mucho más que las nalgas espléndidas, apenas el perfil de un pecho.
Simplemente, Carlota (en el caso de que fuera realmente Carlota) ha sido pillada en su intimidad. Como La ninfa sorprendida que Édouard Manet pintó cuarenta años antes. Sólo que la ninfa no estaba avergonzada.