Mundo,
demonio y carne, Juan Manuel Blanes, 1886. Museo
Nacional de Bellas
Artes Juan Manuel Blanes, Montevideo
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“…acostada, en toda su opulencia
carnal, pleno el bello cuerpo desnudo, con sus lomas y sus oquedades y sus
curvas nacaradas, en escorzo sobre la damasquina superficie que reposaba sobre
un sofá, al aire torso y senos, suavemente entrecruzados los pies, una mano en
alto, la otra sobre el rostro, junto al fulgor de una cortina oscura y el relampagueante
fondo azul, estaba, rodeada de sedas y colores, como el ojo del huracán...”
Un mal día, Nicanor descubre a su
esposa y a su propio padre en un revoltijo de sábanas blancas y sedas verdes.
Otro día no menos desacertado entra al estudio de su padre y ve en una gran tela
las mismas sábanas blancas, las mismas sedas verdes. Y a Carlota, su mujer,
bellamente desnuda, con sus lomas y oquedades.
Entonces Nicanor describe
horrorizado Mundo, demonio y carne, ese
cuadro de su padre, Juan Manuel Blanes (1830/1901). En realidad, quien lo hace
es la novelista María Esther de Miguel, que relata este trío trágico en “El
general, el pintor y la dama”. (La biografía real de Carlota Ferreira en www.historiasconlupa.blogspot.com).
Hay quien cree que esta pintura
representa un súcubo, ese demonio que toma la forma de una mujer para quitar
gota a gota la vitalidad de los monjes y los hombres buenos. Es curioso, la
palabra súcubo deriva del prefijo sub,
“debajo”, y del verbo cubare,
“yacer”. De modo que “yacer debajo”. Y ésta es la amenaza: el demonio-mujer
quiere que el varón yazga debajo, ella pecaminosamente arriba. Como Lilith, la
primera mujer creada por Dios, que quería yacer arriba y que, desairada,
pronunció el nombre impronunciable de Yahveh y abandonó el jardín del Edén para
siempre.
Bien mirada, Carlota está lejos
de ser una Lilith. Es sólo una de las tantas señoras demonizadas en el
imaginario social de fin del siglo XIX. En este desnudo de decúbito lateral no
hay gran qué. No muestra mucho más que las nalgas espléndidas, apenas el perfil
de un pecho.
Simplemente, Carlota (en el caso
de que fuera realmente Carlota) ha sido pillada en su intimidad. Como La ninfa sorprendida que Édouard Manet
pintó cuarenta años antes. Sólo que la ninfa no estaba avergonzada.