miércoles, 6 de marzo de 2013

La imagen, esa traidora

Fotograma de Blow up, Michelangelo Antonioni, 1966 

Los árboles encuadran los arbustos, allí, detrás. El cielo lechoso no tiene ninguna importancia, sirve para que se recorte el follaje. El pasto se extiende como una sábana recién tendida. En esta imagen no hay punctum, nada que punce la mirada, un punto que atraiga la atención porque rompe la monotonía. Es un paisaje, un paisaje y nada más.
Pero, claro, un paisaje es un espacio que se ve desde un sitio. Para que sea un paisaje es necesaria una mirada. Como la de Thomas.
Thomas es un fotógrafo interesado en los paisajes o, más bien, en la representación de los paisajes. Acaba de pasar por una casa de antigüedades buscando cuadros de paisajes. El dependiente le dice que no hay. Cuando se para delante de un cuadro que sí es un paisaje, le dice que está vendido; que están todos vendidos. El dueño de la tienda (también de los paisajes) no está. Thomas maquina comprar el local.
Fotograma de Blow up, Michelangelo Antonioni, 1966 
Se va al Maryon Park, en un barrio de Londres. En el parque solitario hay una pareja.  Toma unas instantáneas furtivas como hace él, disparando una y otra vez como un cazador ansioso. Son interesantes. Le parecen serenas, piensa incluir las imágenes en un próximo libro de fotos después de otras, muy violentas, para equilibrar.
Vuelve a su estudio. Revela el rollo, hace las primeras copias. Algunas tienen un fondo (el mismo fondo que el ojo ha abstraído para poder mirar la pareja) donde aparecen figuras borrosas entre los matorrales. Las amplía para discernir de qué se trata. Las amplía dos, tres veces. Hasta que descubre un cadáver en el suelo, la silueta de un asesino, el contorno de un arma.
Fotograma de Blow up, Michelangelo Antonioni, 1966 
Le ha pasado como a Bill, su amigo pintor, que hace algo semejante al expresionismo abstracto, a lo Jackson Pollock.  El artista le ha confesado que, al principio, sus cuadros no le dicen nada. Es un lío, un desorden, dice. Hasta que, con el tiempo, adquieren forma y sentido. “Como una pista en una novela policial”.
Thomas le encuentra sentido a ese follaje confuso ampliando frenéticamente las imágenes. Entonces descubre un cadáver. Entre el follaje ha habido un asesinato. Regresa al parque. Pero no hay ningún cadáver.
Thomas no entiende. ¿Dónde está la realidad? ¿Dónde la ilusión?
En el parque, unos mimos juegan al tenis sin raquetas, ni pelota. Otros mimos miran el vaivén de la pelota inexistente. Hasta que sale de la cancha. Le piden al fotógrafo que la recoja. Corre hasta donde ha caído la pelota imaginaria. Y la devuelve.
Esto es lo que narra Michelangelo Antonioni (1912/2007) en su película Blow up (1966). La tesis es sencilla: las imágenes, esos indicios de la realidad, eso que indica que allí ha estado algo que ahora no está, son traicioneras. Son una pista falsa. La realidad no está allí. Quizá no haya estado nunca.  
El fotógrafo y crítico Joan Fontcuberta se propuso una experiencia: seleccionaría el fotograma de la revelación del crimen en Blow up y la ampliaría progresivamente tan frenéticamente como lo hizo Thomas. Lo hizo, éstas son las conclusiones:

“La paradoja es que, rebasando el umbral de reconocimiento o inteligibilidad, la imagen no se vuelve hiperrealista, en el sentido de que continúa suministrando escalas de información más detallada, sino que se vuelve abstracta y ambigua. La paradoja es que al superar exageradamente una escala de representación discernible se pierde toda la información visual de la escena inicial dando paso en cambio a la información intrínseca del propio soporte de la película (el grano, los arañazos, las formas inconexas de blancos y negros). (…)
¿De qué están hechas las imágenes, cuál es su material básico, su metafísica? La respuesta nos reenvía ya no al cadáver de un cuerpo inerte que simula la muerte, sino al propio cadáver de la representación”.
Blow up blow up, Joan Fontcuberta, editorial Periférica, España, 2010

El residuo de la experiencia debía ser lo matérico que hay en la imagen. No quedó nada; deformidades quemadas sobre el celuloide que hoy serían píxeles sin sentido. No imágenes.