Cantos del desposeído, Marcos López
Retrospectiva "Debut y despedida", Buenos Aires, 2013
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La presencia abrupta del maniquí nos hace reparar en el entorno de la fotografía de Marcos López (Gálvez, 1958). Es una sastrería. De allí las telas que cuelgan detrás, las imágenes de modelos en la pared, los maniquíes.
Una sastrería es un mundo de medidas, de centímetros de hule y escuadras de madera amarilla. Es un mundo de cánones, de proporciones correctas. La cabeza debe ser equivalente a la octava parte de la altura del cuerpo. Es el código da Vinci, un círculo cuyo centro siempre coincide con el ombligo.
El cuerpo “debe” ser conforme al “buen gusto”, una idea de las proporciones impuesta por las clases dominantes. El “buen gusto”, claro está, define qué es un cuerpo bello y qué no lo es. Es, entonces, un dispositivo de apartamientos, de discriminaciones.
Pero la sastrería es también un mundo de mentiras, como las hombreras, prótesis que disimulan las imperfecciones del cuerpo. Porque hay una materialidad que está fuera del canon y los discursos del poder. Los moldes de papel se rasgan cuando tratan de adaptarse a esos cuerpos gruesos, más cerca de la tierra que el maniquí rubio que parece elevarse por sobre el grupo.
Pero también podría ser que los retratados fueran los trabajadores de la sastrería. Los que acarrean las telas, los que cosen los pespuntes. Los que fabrican los trajes (los cánones) que les muestran incesantemente las iglesias, las escuelas, los televisores. Porque, como diría Pierre Bourdieu, los desposeídos contribuyen a su propia dominación puesto que reproducen los valores dominantes en la sociedad. He aquí la paradoja, la triste paradoja de la sastrería.