Rolla, Henri
Gervex, 1878. Musée de d’Orsay, París
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Es un cuerpo sin coartadas. Un cuerpo entibiado por el sol
tibio. Un dormido cuerpo que no necesita excusas para su desnudez.
Él no. Él tiene la cara ensombrecida, la cara rehúsa la luz
de la mañana recién inaugurada. La camisa desastrada viene de los excesos de
anoche; una noche quizá loca, es decir, triste.
En primer plano, la ropa abandonada. El corsé todavía conserva
la forma de su pecho, de su cintura blanca. La enagua guarda amorosamente los
gestos del cuerpo.
Hay una clave en esta ropa desamparada: la galera de él
sobre el corsé. Él la desnudó antes de desvestirse. Después arrojó su
propia ropa sobre el sillón, sobre la ropa que le había quitado. Volvió a
vestirse, la galera quedó olvidada.
Después nos enteramos que los circunspectos académicos de
Bellas Artes retiraron este cuadro del Salón de París de 1878. Era francamente
inmoral. No por el cuerpo desnudo, ni porque ella fuera una prostituta (como
dan a entender las joyas sobre la mesita de luz), ni porque representa un
después del sexo (como sugiere el bastón que emerge del corsé).
Era inmoral por la retórica de la ropa, que es una extensión
de los cuerpos. Y que dice, dice mucho más de lo que los señores académicos estaban dispuestos a tolerar.