Shanghai,
Henri Cartier-Bresson, diciembre 1948/enero 1949
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Los cuerpos se aplastan sin pudicia. Forcejean.
Trastabillan. Sudan. Las caras no son caras sino máscaras.
Las manos entumecidas se agarran como pueden del cuerpo que les
antecede. No quieren perder la alineación de esa hilera que se tambalea. No
quieren dejar su lugar en la fila jerárquica, como hormigas desquiciadas.
Parece un caos. Pero no lo es.
Hay un principio de orden oculto en esta imagen: los cuerpos
se alinean a la orilla de un vacío que conduce a algún lado que la foto no muestra. Es ahí donde esta pobre gente quiere ir a la desesperada mientras trata de no caerse.
Hay un orden de los cuerpos, pues. Aun de esos cuerpos en
estampida. Una fila, una sucesión de cuerpos crispados por alguna razón que no comprendemos.
Es necesario que Henri Cartier-Bresson (1908/2004) nos diga
que se trata de Shanghai, a fines de 1948. En medio de una devastadora depreciación
monetaria, el Kuomitang (el Partido Nacionalista Chino) autoriza a que los
ciudadanos retiren de los bancos cuarenta gramos de oro cada uno. Ésta es una
de las filas que se forma ante los bancos. La moneda se deprecia. Como los
cuerpos.