Liliana Maresca con sus obras,
en colaboración con
Marcos López, 1983
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Los objetos se apropian del cuerpo desnudo.
Es algo parecido a un peto,
una inútil coraza agujereada. Pechos de metal, un pezón saltado como un ojo
saltado. El tubo articulado no articula nada. Pero se parece a una columna
vertebral.
Es la época en que la performer
ochentista Liliana Maresca (1951/1994)
trabaja con la idea de objet trouvé,
objetos desechados que son arte porque el artista los nombra como tales. Es
basura apenas intervenida. Un mamarracho de sentido, dijo alguien.
El sentido, a menudo, era aleatorio. No sé a quién se le ocurría primero –cuenta Marcos López, el
coautor de esta imagen-, si a ella o a
mí, pero la cosa es que empezábamos las fotos y siempre terminaba desnuda
relacionándose con sus objetos”.
Quién sabe en verdad qué quiso decir Liliana con esta
imagen. Pero es difícil no relacionarla con la columna rota de Frida Kahlo.
La columna rota,
Frida Kahlo, 1944,
Museo Dolores Olmedo, México
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Una columna jónica se parte, sin derrumbarse, en el centro
del cuerpo desnudo. Sólo los corsés despiadadamente apretados lo sostienen. Los
clavos duelen en los pechos, los hombros y hasta en la blanca sábana quizá hospitalaria.
Frida Kahlo (1907/1954) muestra su cuerpo como un relato,
una narración de cómo la enfermedad condiciona su vida para siempre. Le da
cuerpo a la imagen de su padecer. Es una triquiñuela brillante. El dolor, el
nudo dolor, aplasta lo imaginario. Pero la pintura permite recrear un espacio
otro (el lienzo) donde la ilusión vuelve a tener lugar.
Uno es lo que su cuerpo es. El cuerpo es la condición de
posibilidad de nuestras pulsiones, nuestras gestos, nuestro Yo. Frida es un
cuerpo que sufre. No hay Dios, ni nada trascendente que lo rescate. Sólo ella
misma y su triquiñuela de vivir. ¿No es éste acaso el cuerpo a solas de la modernidad?