La autopsia,
Marcos López, 2005
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No es más que un simulacro. La sangre es líquido rojo. Los
frascos contienen órganos de pacotilla. El tajo torpemente suturado no abre el
misterio de la anatomía. Ese cuerpo no está dispuesto a revelar ninguna verdad.
Desde ya, al contemplar esta fotografía de Marcos López es
inevitable pensar en La lección de
anatomía de Rembrandt (ver Imágenes
del cuerpo; enero 11, 2012). La composición es muy semejante. También aquí
hay una disección para examinar el interior del cuerpo (la etimología del
término autopsia es, precisamente, ver por sí mismo). También aquí hay un
teatro de la mirada cuyo actor principal es un cadáver. Pero es sólo una
ficción, una puesta en escena.
Acaso la clave de esta imagen esté en el ángulo inferior derecho.
En Rembrandt, allí aparecía un manual de anatomía del siglo XVII, el De humani corporis fabrica. En López,
hay un revólver. Tal vez el que provocó la muerte simulada. No es difícil
imaginar que han borrado las huellas digitales de las cachas de madera.
¿Fue un asesinato? Hay decenas de interpretaciones posibles.
Elijamos una: a lo mejor, ese cadáver irreal no es más que una representación
de la realidad misma.
Baudrillard dice que la hiperrealidad, el exceso de
imágenes, ha matado la realidad. Más precisamente, diríamos nosotros, la
realidad del cuerpo. En la posmodernidad, el cuerpo no es más que representación. Es
un nodo infinitesimal de las redes sociales, una imagen en los e-mails, una contraseña digital. Los reality shows son la expresión
exacerbada de ese exceso de representación que nos aqueja. No hay secretos, no
hay sombras, no hay intimidad. Somos transparentes.
Ese cuerpo tendido en la mesa fría de las autopsias bien
podría ser el cuerpo hiperreal, un simulacro del cuerpo real que ha sido
asesinado. La autopsia no revelará nada. No habrá huellas en el revólver. El
asesinato de la realidad es un crimen (casi) perfecto.