miércoles, 13 de junio de 2012

El crimen perfecto


La autopsia, Marcos López, 2005 

No es más que un simulacro. La sangre es líquido rojo. Los frascos contienen órganos de pacotilla. El tajo torpemente suturado no abre el misterio de la anatomía. Ese cuerpo no está dispuesto a revelar ninguna verdad.
Desde ya, al contemplar esta fotografía de Marcos López es inevitable pensar en La lección de anatomía de Rembrandt (ver Imágenes del cuerpo; enero 11, 2012). La composición es muy semejante. También aquí hay una disección para examinar el interior del cuerpo (la etimología del término autopsia es, precisamente, ver por sí mismo). También aquí hay un teatro de la mirada cuyo actor principal es un cadáver. Pero es sólo una ficción, una puesta en escena.
Acaso la clave de esta imagen esté en el ángulo inferior derecho. En Rembrandt, allí aparecía un manual de anatomía del siglo XVII, el De humani corporis fabrica. En López, hay un revólver. Tal vez el que provocó la muerte simulada. No es difícil imaginar que han borrado las huellas digitales de las cachas de madera.
¿Fue un asesinato? Hay decenas de interpretaciones posibles. Elijamos una: a lo mejor, ese cadáver irreal no es más que una representación de la realidad misma.
Baudrillard dice que la hiperrealidad, el exceso de imágenes, ha matado la realidad. Más precisamente, diríamos nosotros, la realidad del cuerpo. En la posmodernidad, el cuerpo no es más que representación. Es un nodo infinitesimal de las redes sociales, una imagen en los e-mails, una contraseña digital. Los reality shows son la expresión exacerbada de ese exceso de representación que nos aqueja. No hay secretos, no hay sombras, no hay intimidad. Somos transparentes.  
Ese cuerpo tendido en la mesa fría de las autopsias bien podría ser el cuerpo hiperreal, un simulacro del cuerpo real que ha sido asesinado. La autopsia no revelará nada. No habrá huellas en el revólver. El asesinato de la realidad es un crimen (casi) perfecto.