Sylvia Kristel (1952/2012) en Emmanuelle |
Una mujer desnuda. ¿Eso es todo? No, una muy bella mujer
desnuda. ¿Es eso todo? No, la mujer lleva un largo collar de perlas que da dos
vuelta el cuello, cae lánguidamente entre los pechos. Las perlas, claro está,
son falsas. Hay aquí algo bizarro, un entrechocar de desnudez e inautenticidad.
Lo mismo sucede con esta película. Emmanuelle, que de ella se trata. Son imágenes de cuerpos reales,
que tienen sexo real. Pero producidas de modo en algún sentido falso, puesto
que, como es lógico, no se ve lo que no se debe ver: los genitales pletóricos. Artísticamente, nadie muestra a
Romeo haciéndole el amor a Julieta. Se verían sólo cuerpos animales, no
subjetividades, no Romeo y Julieta.
Por algo Emmanuelle
es una película emblemática del soft-porn.
En los setentas, que eran más pacatos de lo que se dice, abrió el misterio del
sexo. La escena de masturbación de la protagonista es la exploración del goce
femenino legitimado por su misma mostración. Nada igual se había visto hasta
entonces.
Pero no son únicamente sus ambigüedades las que explican la
fenomenal victoria de Emmanuelle sobre la moral burguesa setentista. Hay un
factor decisivo: la belleza de su protagonista. La belleza, dijo alguien, es
una categoría operacional del deseo. Inaugura el erotismo. Disipa la pura
animalidad. Aunque el collar de perlas sea falso.