“Manón, Invertido sexual
congénito en toilette de baile”,
según el higienista Francisco de Veyga.
Archivos
de Psiquiatría y Criminología, 1902
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La imagen no es clara; tampoco quién representa. Si fuera
más nítida (la imagen) veríamos un exceso: la peluca falaz, el colorete en las
mejillas, el rímel espeso en las pestañas. Y las flores simuladas de tela. Puro artificio.
Todo es simulacro en esta Manón de las orillas. Manón es una
(dudo en el uso de este artículo) travesti en la vida cotidiana.
En ella hay una sobresignificación de los signos femeninos:
el falso pecho generoso, la voz adelgazada que se finge mujer, la pose que repite estereotipos femeninos.
En esa parodia del sexo está la seducción de la travesti. Pero
esta parodia no es tan feroz como parece, dice Jean Baudrillard. Porque es la
parodia de la femineidad tal como los hombres la imaginan y la representan,
también en sus fantasmas.
Claro que esta femineidad paródica proclama que la femineidad
no es más que los signos que los hombres le atribuyen. “Sobresimular la
femineidad –declara Baudrillard- es decir que la mujer sólo es un modelo de
simulación masculino”.
Más allá de esa enunciación, hay una pregunta que interesa a
nuestra historia imaginada del cuerpo donde tan entreverados aparecen lo
simbólico y lo real. ¿Lo falso de lo falso, esta simulación, es capaz de
afectar el cuerpo? Y, en ese caso, ¿hasta dónde?