Narciso,
Caravaggio, 1598/99,
Galleria Nazionale d'Arte Antica, Roma
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El lago es un espejo oscuro. La oscuridad del agua: he aquí
la clave. La oscuridad habitualmente dificulta la mirada. Pero aquí la hace
posible.
Narciso mira una imagen espejada por el lago oscuro. Narciso
es mirado por ese espejo trémulo.
Alarga el brazo y el espejo alarga el brazo. Ríe y ríe a su
vez. Llora y el espejo del agua llora lágrimas redundantes.
Le bastaría una pedrada al espejo-lago para desvanecer la
ilusión. Entonces podría mirar el reflejo de sí mismo como una imagen y
reconocerse en ese artificio. Pero no, está ad-mirado por ese espejo de luna y
noche.
Inesperadamente, en las Metamorfosis
de Ovidio, Narciso dice: “Lo que deseo está conmigo: mi riqueza me ha hecho
pobre”. Pareciera que sabe que el espejo es apenas un reflejo, una copia de sí
mismo, un simulacro. ¿Por qué entonces los dioses lo condenan a transformarse en
una flor cruel?
Tal vez la condena no esté en los dioses, sino en esa falsa,
la imagen.
El espejo hace del cuerpo un simulacro de reflejos, dice
Octavio Paz. En el espejo el cuerpo se mira, pero no puede tocarse en el espejo, que por algo es frío. El cuerpo se hace visible pero también intocable. Es la
tragedia de Narciso. “Lo que deseo está conmigo”.
Es también la tragedia del conocimiento. Conocemos nuestro
cuerpo real por el espejo, que es una imagen irreal, en todo caso virtual. De esa materia
estamos hechos.