El rapto de Ganimedes, Michelangelo Buonarroti, 1532.
Colección Real en el Castillo de Windsor
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El águila tiene hambre de ese cuerpo. Se pega a él en el ímpetu
de las alas. Retiene las piernas para inmovilizarlo. El pico fuerte es una
amenaza. O una promesa.
El cuerpo del hombre tiene la precisión de los músculos sin
embargo laxos. La reclinada cabeza cede, mancebamente.
El muchacho es Ganímedes, el hijo del fundador de Troya. El águila
es Zeus que lo rapta, vuelo arriba, y se lo lleva al Olimpo. Allí será el
copero de los dioses. Robert Graves dice que Ganímedes viene de ganuesthai y
de medea, "regocijándose en la virilidad".
Éste es el regocijo de Michelangelo Buonarroti (1475/1564). Un regocijo que es una punzada. Chi
mi difenderà dal tuo bel volto? (¿Quién me defenderá de tu bello rostro?), se preguntó alguna vez.
Michelangelo vivió
una bellísima historia de amor con su Ganímedes, Tommaso Cavalieri. Se
conocieron en 1532. El joven tenía veintidós años. Él, cincuenta y siete; una vida
más. Ya había llegado a esa edad en la que las pasiones se aplanan y se tiene
cierto alivio inconfesable de que así sea. Sin embargo, la punzada.
El maestro hacía
estos dibujos de tiza para que el discípulo los copiara. ¿Qué debía copiar? ¿El
águila voraz? ¿Ganímedes cediendo? ¿Qué ocurría cuando Tommaso repetía esas imágenes sobre el cartón?
¿Le temblaba acaso la mano?
“No hay otro hombre
que se te asemeje, ninguno que te iguale… Me apena grandemente que no pueda
recuperar mi pasado y así, de esa manera, por más tiempo estar a tu servicio”. Hubiera
querido ser joven. No importa, Tommaso lo será por él.
Los años transcurrieron.
El maestro se enamoró de Vittoria Colonna, el discípulo se casó con otra. Mientras
tanto se descubrió un nuevo mundo, los papas pasaron uno tras otro, la Sixitina
se llenó de cuerpos celebrados como capillas. Y el 17 de febrero de 1564, casi a la medianoche, Michelangelo Buonarroti
murió. Tommasso lloraba a los pies de la cama.