La Urpila,
Ramón Gómez Cornet, 1946,
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires
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Tiene el color de la tierra. La ropa de medidas
equivocadas. Las manos grandes del trabajo. Los pies descalzos de la pobreza.
El cuerpo escora, se desmorona como las laderas de la
montaña que deshace lentamente el viento viejo. El cuerpo hambrecido de las
sequías.
Los ojos tristones miran desde allá adentro. La Urpila no es
Juanito Laguna, que remonta barriletes. La Urpila no remonta nada. Ella misma
es una palomita, como indica su nombre.
Ramón Gómez Cornet (1898/1964) tonteó con el impresionismo y otros
“ismos” aprendidos de segunda mano en Europa. Hasta que comprendió que esas
doctrinas no le servían para pintar los niños desolados de su Santiago del
Estero natal. Ahí fue cuando de todas mis pasiones hice una bolita de barro
y la arrojé lejos de mí con el mayor de los desprecios, declaró.
La enseñanza de Gómez
Cornet para nuestra historia es que el cuerpo no es el canon de las
proporciones humanas que quería da Vinci, ni la imagen que vemos cotidianamente
en nuestras pantallas. Somos de la misma materia que la tierra. Inexactos,
oscuros, reales.