miércoles, 15 de mayo de 2013

Máquinas

Embarque de cereales, Benito Quinquela Martín, 1934

Son una máquina, como lo son las ruedas, el volante y el engranaje que forman un reloj. Cada cuerpo en un esfuerzo unísono. La bolsa, la bolsa mundo, la bolsa montaña sobre la espalda que sin embargo puede. Los riñones que aguantan el peso de otras bolsas. El espaldar que tira de la cuerda como si quisiera subir el humo de las chimeneas.
Un modo de ser del cuerpo es el cuerpo colectivo. El cuerpo hecho de muchos cuerpos coordinados. Los cuerpos de hombros anchos y piel cetrina como las aceitunas maduras. Esta imagen testimonia la mecánica alborozada de los cuerpos cuerpo.
En La Boca “todo me era más fácil –decía Benito Quinquela Martín (1890/1977)-, la atmósfera y las cosas estaban en mi retina desde hacía años. No había objeto que no me fuera familiar. Sabía cómo se movía cada músculo del cuerpo al cargar o al descargar”.
Quinquela había acarreado bolsas y sabía de la complacencia de los músculos que se contraen y se elongan en el esfuerzo, magníficos, vitales. Entonces pintaba la alegría de los músculos, que es también la alegría del trabajo. El trabajo que produce un mundo.
El lomo encorvado bajo las bolsas, tambaleando sobre las planchadas que oscilan, es también el trabajo alienado. El trabajo en el que el hombre no se reconoce, precisamente, porque es apenas un engranaje en la maquinaria inmensa. Habrá que esperar veinticinco años para que el Grupo Espartaco hable de esos cuerpos duros y ajenos.