El emoticón (neologismo que viene de emotion & icon) es un ícono que significa una emoción. Un ícono es un símbolo que mantiene una relación de semejanza con lo que representa. Una cara que, en algún sentido, habla y así hace posible el discurso con el Otro. A menudo, cuando abrimos un texto, Smiley está allí. Nos apacigua; aunque sea un espejo falso del Otro, nos apacigua porque el contacto con el Otro siempre nos tensiona.
Hace rato que buscamos estilizar (en el sentido de interpretar convencionalmente) las emociones. La brecha la abrió el mismísimo Charles Darwin (1809/1882), que creía que la especie humana tenía un repertorio instintivo de emociones llamadas a reproducirse gracias a su capacidad de adaptación. Allí se lanzó Guillaume Benjamin Amand Duchenne (1806/1875), más conocido como Duchenne de Boulogne porque había nacido un otoño húmedo de mar en Boulogne-sur-Mer.
Duchenne, que era un entusiasta de la electricidad, se consiguió en el hospital psiquiátrico en el que trabajaba un sujeto al que una parálisis le había privado de toda expresión facial. “Afecto plano”, llaman los médicos a este síntoma. Con una precisión de entomólogo, estimulaba con un electrodo ciertos puntos musculares de la cara con determinada intensidad eléctrica. Y el desdichado sonreía estúpidamente. La emoción de la sonrisa era, simplemente, un cambio de los músculos faciales.
Cien años después, el diseñador gráfico Harvey Ball creó a Smiley. La sonrisa se transformó en un ícono, un estereotipo, un símbolo unívoco en el maremágnun digital. El rostro, el lugar donde habita la singularidad, desapareció detrás de la cara.
Mécanisme de la phisonomie humaine ou L’analyze électro-phisiologique des passions, Guillaume Benjamin Amand Duchenne, París, 1862 |
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