Et nous aussi serons mères, car…, Jean-Jacques Lequeu,
circa 1793. Bliothèque Nationale de Francia
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Los pechos revientan el corpiño insuficiente. El pezón turgente
contrasta con esos ojos negros absortos grandes fijos, monótonos como la
monotonía de esta frase llena de adjetivos.
Se quita la tela amiga del ocultamiento. Queda el cuerpo eclesiástico
desnudo a medias. Hay aquí un oxímoron de la imagen: un gesto mundano que
desdice la indumentaria eclesiástica y entonces el escándalo. Esto es, la mostración del
pecho sagrado de la Virgen que, así, no es distinto al pecho de una pecadora. Un
corrimiento del velo para mostrar la presencia de un cuerpo, ausente en el hábito, ausente en el ícono.
Ésta es una manera de leer esta aguafuerte. Un mero escándalo, el
indicio de la incitación al pecado. Hay otra: Jean-Jacques Lequeu (1757/1825?),
en pleno anticlericalismo jacobino, llama a que las monjas renuncien a las
tocas, los hábitos, los votos. Un tributo al culto ateo de la Razón que quería
Robespierre. El erotismo al servicio de la Revolución.
Tal vez. Pero hay otra lectura posible. Seguramente Lequeu
estaba al tanto de las hablillas de las tabernas parisinas.
Anne-Prospére de Launay de Montreuil,
la cuñada del marqués de Sade
y quizá su único amor.
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Sobre las mesas
manchadas de vino aguado todavía se hablaba de los amores de Donatien Alphonse
François de Sade (1740/1814), el divino marqués, con Anne-Prospére de Launay de
Montreuil. Era abadesa de no sé qué convento y también su cuñada. Pues bien, la
monja de Lequeu se parece a un camafeo de la bella Anne-Prospére.
Se parezca o no, éste es el retrato de una política del exceso. Ya
lo había dicho Lacan: hay una continuidad entre Kant y Sade. El rigor de la moral
de Kant -nos recuerda Julio Ortega Bobadilla- está ligada a la voluntad de goce
de Sade. La ley es el mal porque nos quita libertad porque limita la libertad del placer. Entonces
está bien que los pechos estallen los corpiños.