La Dama de Elche, detalle, 500 a C.-301 a C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid |
Mira de través. Lejanamente. Tal vez sean los siglos que la aquejan. Pero no. Esa boca delineada tiene la frescura de una fruta recién arrancada. No hay más que ver los labios, apenas entreabiertos. Hay un misterio allí, una rara contradicción.
Como fuere, nada altera su majestuosidad de pirámide.
Es la Dama de Elche, quizá una sacerdotisa íbera de piedra caliza que tiene no menos de veinticinco siglos. La encontraron en la antigua ciudad de Ilici (Elche, Alicante), en un montículo que ocuparon los romanos y después los árabes.
Ahora la Dama reposa en el Museo Arqueológico, en Madrid. Duerme el sueño de las manzanas, diría Lorca, dentro de una vitrina hermética. Nada puede entrar en esa caja de cristal; ni el polvo, ni el tiempo.
Pues bien, una mañana de éstas, alguien detectó una hormiga caminando sobre la Dama.
Una hormiga que recorría impunemente la piel de la sacerdotisa inmaculada con sus seis patas, su abdomen encorvado. Un insecto repugnante.
Pero, pese a todo, una hormiga viva. Cruelmente viva. Porque la vida de aquel insecto minúsculo desmintió para siempre la majestuosidad de la Dama de Elche.