Symplegma prostitute, Glyptothek de Münich. Escultura proveniente de un burdel romano del siglo I de C. |
He aquí un gesto de piedra, un symplegma (unión) grecorromano del siglo I d.C. Dos cuerpos. Una prostituta, acuclillada sobre el cuerpo de su cliente. El hombre, con el torso ligeramente levantado, quizá en un espasmo de placer.
Hay también un fantasma. Una historia que uno se cuenta a sí mismo para reponer los fragmentos que faltan. Como si lo que falta provocara una angustia que sólo se calma si reponemos la imagen completa de esos dos seres de piedra.
El cuerpo pide una mirada. Si no está completo, el ojo configura los indicios que percibe según una Gestalt que cierra lo que falta. Esa configuración no es inocente. Sólo vemos lo que la cultura habilita ver. He aquí la lección de esta imagen trunca: el cuerpo no es sino una construcción simbólica. El ojo no es inocente, como dice David Le Breton; tampoco lo son el tacto, el oído, el olfato, el gusto.
Pero en esta escultura rota hay un enigma: esa mano cercenada. En verdad, lo único inteligible es la pierna doblada y la mano. ¿Qué hace esa mano? No lo sabemos. Sólo sabemos que el misterio es lo que hace tan viva esta imagen de dos cuerpos mutilados.
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