De la instalación El ojo caleidoscópico, Los Carpinteros
(Marco Antonio Castillo Valdés y Dagoberto Rodríguez Sánchez),
2009, Mori Art,
Tokio
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No es el derrumbe del muro de Berlín. Tampoco es el Break down the wall! de Pink Floyd. Es
un muro que se rompe con sordina. Los adoquines desbaratados se lanzan en todas
direcciones dando lugar al agujero. Pero no cesan de hacerlo.
Se trata de una intervención plástica de Los Carpinteros (un
colectivo cubano) cuyo artificio hace, precisamente, que el estallido esté
sucediendo. Todo el tiempo. Los adoquines flotan en el aire, dispuestos a caer
pero no caen.
Es parecido a lo que pasa en El siglo de las Luces. Alejo Carpentier relata un cuadro, Explosión de una catedral, que crispaba a
los protagonistas de la novela, tal vez porque fuera un presagio de algo
innominado. La pintura era del olvidado Monsù Desiderio (siglo XVI), que
pintaba ruinas una y otra vez. Ruinas de ciudades, de templos, de mitos
fundadores.
Explosión de una
catedral es una imagen exasperante. Tal vez por su fijeza. Aquellas
columnas, como estos adoquines ahora, se detenían en el espacio y en el tiempo
como si fueran eternas.
¿Qué tiene que ver este efecto perturbador con la historia
del cuerpo que pretendemos en este blog?Mucho, porque uno bien podría pensar que ese
muro es el que, hasta un momento antes, amparaba el cuerpo íntimo. Antes de la
detonación, todavía a fines del siglo XX, abríamos la ventana y nos apoyábamos
en el alféizar a mirar cómo pasaba el mundo. Había un Yo en un espacio privado
claramente diferente del espacio público. Como si hubiera un muro que separara
casa de la calle, de los Otros.
Ahora no. Ahora nuestro cuerpo está arrasado por los bytes
que nos taladran la carne sin que nos demos cuenta, por los ojos electrónicos
que nos miran pertinazmente sin que nos importe. Ya no hay, pues, un cuerpo privado.
Y lo que sugieren estos adoquines detenidos, que caen y no caen, es la apocalíptica inmovilización de una
catástrofe, la caída de la intimidad.
Acerca de Monsù
Desiderio
Explosión de una catedral, Monsù Desiderio, ¿1630?
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Quién sabe si ése fue su nombre realmente. Monsù es la deformación de la palabra francesa
Monsieur, que era el modo en que los cronistas
del siglo XVII llamaban en Nápoles a los artistas extranjeros en general.
En todo caso, hay registro fehaciente de alguien que pintaba
edificios espectrales, a menudo desmoronados y no pocas veces fantásticos, como un cuadro que narra la caída de la Atlántida mítica.
En El siglo de las
Luces, el maravilloso Alejo Carpentier habla del “autor desconocido” de Explosión de la catedral, una clara
puesta en abismo de un texto literario que estructura una pintura. O viceversa.