La Venus del espejo, Diego Velázquez, 1647/1651,
National Gallery, Londres
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Es el cuerpo de una mujer, no el de una diosa. No hay rosas,
ni mirtos. Sólo esas curvas de vértigo. El aire (el famoso aire de Velázquez) le
acaricia las ancas.
Nuestra mirada se derrama sobre el cuerpo nacarado. Sin
darnos cuenta, evitamos mirar el espejo. Pero es la única manera de ver su
rostro. Miramos, pues. Venus nos mira desde el espejo. ¿Pero es Venus? ¿Ese
rostro difuso, abotagado, que desmiente la nuca de cisne, es Venus? Hay una
falta de armonía entre ese cuerpo y ese rostro. ¿Será que Velázquez nos
advierte que la imagen es, siempre, engaño? Tal vez.
No es lo que pensó Mary Raleigh Richardson, que la acuchilló
cruelmente.
La Venus del espejo tajeada, en 1914, por Mary Raleigh
Richardson que después declaró: La justicia es un elemento
de la belleza tanto como el color y el diseño de un lienzo.
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Mary the slasher era una feminista de la
Women’s Social and Politic Union (WSPU). Los ruidos de la Guerra
inminente apagaban los clamores sufragistas, que iban de mal en peor. La
legendaria Emmeline Pankhurst, que lideraba la WSPU, había muerto recientemente
por secuelas de una huelga de hambre. Mary, que con el tiempo fundaría la
British Union of Fascists, había apedreado algunas ventanas ministeriales y volado
alguna vía ferroviaria. Un día de invierno entró a la National Gallery y le
metió siete cuchilladas a la Venus de espalda. No tocó el espejo.
Intenté destruir la
pintura de la más bella mujer de la historia de la mitología como protesta
contra el gobierno por destruir a la señora Pankhurst –declaró Mary-, que es la más hermosa de la historia
moderna. Para ella, la imagen del cuerpo deseado de Venus representaba el
exactamente el cuerpo enflaquecido de Mrs. Pankhurst. Dos cuerpos equivalentes.
Como si las imágenes no fueran, siempre, un engaño.