miércoles, 2 de mayo de 2012

La espalda y la espada


After the bath, woman drying herself, Edgar Degas, 
1890/95, National Gallery, Londres

La cintura es la de una reina de corazones. La espalda húmeda cae vertiginosa hacia las nalgas. Uno diría que Degas está espiando detrás de un cortinado, como cuando fisgonea los baños de las modistillas. Pero no, no es una demoiselle sorprendida. Es una modelo que posa. La delata esa rara torsión del cuerpo. Un torcimiento necesario para que la luz se deslice dramáticamente también sobre el hombro derecho. Eso pedía el cuadro, esa contorsión.
Hilaire-Germain-Edgar de Gas, conocido como Edgar Degas (1834/1917), pintó centenas de mujeres desnudas en el baño. Este pastel es una fiesta de texturas, un goce.
No es lo que vio Francis Bacon. “Si te fijas en la parte superior de la columna –dijo alguna vez-, verás que casi sale por completo de la piel. Y esto da a la imagen un giro y un carácter tal que cobras mayor conciencia de la vulnerabilidad del resto del cuerpo que si hubieras dibujado la columna con una trayectoria más natural hasta el cuello. Pero Degas hace que la columna parezca salir de la piel. No sé si lo hizo a propósito o no, pero el cuadro resulta mucho más espléndido porque de pronto percibes la columna detrás de la carne”.
De modo que, mientras Degas ve la suntuosidad de la piel, Bacon percibe el duro hueso. “Para Bacon, como para Kafka –escribió Giles Deleuze-, la columna vertebral no es si sino la espada del verdugo bajo la piel”.