miércoles, 9 de mayo de 2012

La subversión del mundo


El cumpleaños, Marc Chagall, 1915, 
Museum of Modern Art, Nueva York

Los cuerpos flotan. Ondulan. Flamean. Son inverosímiles, surreales. Marc contorsiona el beso. Bella liviana el aire, ingrávida.
Y los objetos. Ningún objeto acata la perspectiva. La torta de cumpleaños sobre la mesa, el plato, el vaso. El bolsito de ella está en el borde del mantel y de la tabla, también inestable. No hay un sistema de objetos. Al contrario, más allá de su funcionalidad, hay un secreto en ellos que sólo saben los amantes.
El único objeto real es el ramo de flores que Marc le regaló a Bella. En este contexto sobrenatural parece real precisamente porque es un símbolo, la imagen de los cuerpos enamorados.
También el tiempo es surreal: en una ventana, la de la calle, es de noche; día en la otra.
Pintar los cuerpos alados sin alas y sin tiempos no es más que pasar al lienzo los versos que escribía/pintaba Marc Chagall (1887/1985): “Abría la ventana y junto con Bella entraban en mi cuarto azul de cielo, amor y flores”.
Es una manera de verlo. La otra es acudir al cristal arduo de la filosofía. Gilles Deleuze y Félix Guattari decían que el cuerpo está hastiado de ser un organismo, ese “fenómeno de acumulación, de coagulación, de sedimentación que le impone formas, funciones, uniones, organizaciones dominantes y jerarquizadas, trascendencias organizadas para extraer de él un trabajo útil”. El organismo es el juicio de Dios del que se aprovechan los médicos.
Esto decían en 1980: “El cuerpo está harto de órganos y quiere deshacerse de ellos”. Sesenta y cinco años antes, Chagall ya había pintado ese cuerpo sin órganos.