L'absinthe, Edgar Degas, 1876.
Musée d’Orsay, Paris
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Llevan la derrota en el cuerpo. Los
hombros abatidos, la mirada ida. Es esa mirada la que dice que la derrota no
les vino en la pelea sino en la retirada. Al principio se retiraron del mundo
intencionalmente, ahora no pueden evitarlo.
La quieta escena ocurre en el
café La nouvelle Athènes, en Place
Pigalle, aunque Edgard Degas (1834/1917) la pintó en su estudio. Ella es Ellen
André, una actriz, y él, Marcellin Desboutin, un grabador. En realidad, no
sabemos si son ellos o si ellos son ese reflejo confuso en el espejo que tienen detrás.
Esos cuerpos desbarrancados son,
qué duda cabe, patéticos. Pero el detalle verdaderamente conmovedor son los
pies cansados de Ellen. Le duelen las plantas de los pies, martirizados por los
zapatos pobres. Por eso apoya sólo los talones sobre el piso.
El nombre original de esta pintura
triste fue Dans le café. Ahora se
llama L’absinthe, “El ajenjo”. Es lo
que bebe Ellen, un alcohol violento. Hay quien la llama la fée verte (el hada verde) porque lleva a un mundo de ensueño
asesino.
Paul Verlaine au café François,
Paul Dornac,1892. Musée Carnavalet, París
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Baudelaire cree que el paraíso
artificial del hachís diluido en ajenjo ayuda a la creación. También lo creen Verlaine
y Rimbaud. La alucinación de los sentidos inducida por la absenta conduce a la
alucinación de las palabras, a un forzamiento de las palabras capaz de cambiar
la vida.
No pareciera. Miremos esta foto
de Paul Verlaine. También es en un café, el François
en este caso. También hay una copa de ajenjo. No debe ser la primera porque el príncipe
de los poetas está decididamente ebrio. Los ojos abotagados, la mirada perdida.
Son sus últimos años. Aquí tiene sólo cuarenta y ocho.
Quizá sea cierto lo que decía
Oscar Wilde: Después del primer
vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve
las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como
son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir.