miércoles, 10 de julio de 2013

Taparrabos de témpera


Il Giudizio Universale (detalle), Michelangelo Buonarroti, 1536/1541, Capella Sistina, Vaticano
Cuerpos que resplandecen. Cuerpos que, sin embargo, temen, suplican, desesperan. Cuerpos que están hechos para otra cosa que la muerte. 
Flotan en el aire. Son ingrávidos, no están obligados a la ley de la Tierra.
He aquí la clave, la ingravidez, puesto que son los cuerpos resucitados del Juicio Final. No son cuerpos, en verdad, sino imágenes de cuerpos.
Éste es el gran desafío que encaró Michelangelo Buonarroti (1475/1564) en Il Giudizio Universale: representar las almas resucitadas que han vuelto de la muerte a sus propios cuerpos. 
Las imágenes de los cuerpos -recuerda el antropólogo Hans Belting- son irremediablemente recuerdos. ¿Cómo imaginar, entonces, los cuerpos resucitados que todavía no existen, que son cuerpos prospectivos? ¿Cómo pintar esas almas que volvieron al cuerpo? La respuesta son esas imágenes aéreas. 
Pero los contemporáneos sólo vieron cuerpos. Cuerpos de casas de baños y tabernas. El Concilio de Trento, pues, codificó el arte religioso: los ángeles con alas, los santos con aureolas, nada de traseros al aire. Era el tiempo de la inquisitorial Congregación del Santo Oficio, que llevaría a la hoguera a Giordano Bruno y a la vergüenza a Galileo.
Il Giudizio Universale (detalle). A la izquierda, copia de 
Marcello Venusti. A la derecha, 
la pintura retocada por Danielli Ricciarelli da Volterra
Los desnudos de Michelangelo eran un escándalo. Había que tapar esa obscenidad. De modo que se comisionó a Daniele Ricciarelli, detto da Volterra (1509/1506) porque allí había nacido, que les agregase braghe. Así Daniele, que no pintaba nada mal, pasó a la posteridad como il Braghetone. Un seudónimo benevolente para las barrabasadas que cometió.
El fresco original resistió en silencio bajo los taparrabos de témpera. Pero Santa Caterina d’Alessandria y San Biagio eran otro cantar. Tal como se ve en la copia que hizo Marcello Venusti (1515/1579) antes del estropicio, el santo se inclinaba desdorosamente sobre la santa que, desde luego, estaba desnuda. 
Había que intervenir a fondo. De modo que il Braghettone recompuso la equívoca escena. Desde entonces Caterina está vestida de verde (de un verde que nunca hubiera imaginado Michelangelo) y Biagio ya no la mira salazmente. 
Desestimemos la crónica necedad de la censura. Preguntémonos, en cambio, si el viejo Michelangelo resolvió el dilema. Si el alma vuelta al cuerpo es en verdad representable. O si la imagen del cuerpo a la que debió apelar evoca, inevitablemente, el cuerpo material mismo. Pareciera que para imaginar el cuerpo resucitado no hay más remedio que una imagen carente de verdad pero cargada de cuerpo.

Otros braghettoni 
Adonis Mazarin. 
Restaurado y completado 
por François Duquesnoy, Louvre, París


Otros braghettoni 
Hay quien no soporta los cuerpos desnudos. Como el duque de Mazarin que, en un acceso de locura, emasculó a martillazos al bellísimo Adonis del Palacio Mazarin, en París.
La triste restauración de François Du Quesnoy (1594/1643) hizo imposible una datación precisa de la escultura.